sábado, 3 de noviembre de 2007

besos y música de cinema paradiso



Y cómo explicarte que jamás ví, entera, Peter Pan. Qué conozco la historia, claro. Qué podría dibujar perfectamente a CAmpanita, desde luego. Que Garfio es todo lo que Keith Richards quiso ser, obvio.
Pero nunca la ví.
Mi infancia cinematográfica fue la que todo pibe de barrio suburbano (localidad de Sarandí, Partido de Avellaneda) tiene: cine 2x1 con el boleto que regalaban en la escuela Nro 18 Paula Albarracín de Sarmiento para ver: Los bañeros más locos del mundo, Rambito y Rambón, Mingo y Anibal contra los fantasmas y muchas otras que se mezclaban con el maní con chocolate y la chica linda perdida entre la oscuridad de las butacas. Después, cuando íbamos a Gesell de vacaciones, era el autocine. Me acuerdo que mi viejo me hacía agacharme, esconderme detrás de los asientos de adelante, en el huequito donde van los piés de los de atrás, para no pagar la entrada. Yo creo que todo era para que yo lo tomara como una aventura más: escuchar la voz del de la boletería, un silencio, el ruido de los billetes pasando de una mano a la otra, otro silencio y un gracias. De los autocines (me suena como alguien que cuenta la inmigración de los años 20) recuerdo El Imperio Contraataca, El Regreso del Jedi, ET.

También de quedarme dormido en el asiento de atrás, apoyado cabeza con cabeza con mi hermano.

¿Qué comodidad tiene ir a ver una película sin salir del auto?

Al crecer tuve que hacerme sólo en el camino de la pantalla grande. Mi casa (la de mis viejos) es de esas donde mejor ver Misiòn Imposible antes que una francesa; cuando compramos el DVD fui yo el que alquilò la primera película. Llevé La Ciènaga. fue tan divertido como frustrante ver cómo, con el pasar de los minutos, mi hermano, mi viejo y mi mamá se iban levantando, aburridos, mirándome con cara de "no, fero, no da".

Pero el cine llegó cuando ya era grande para jugar a la pelota en la calle o en el club Esperanza, para andar vagueando con la bici o robando moras de los árboles de las vecinas del fondo del barrio. Llegó, y despacio, en la secundaria.

Pero cuando no salía o me escapaba de casa, leía: adoraba caer en cama enfermo para que mi vieja me compre revistas como El Gráfico, Conocer y Saber o libros de Elige tu propia aventura, que de otra forma ni pintaban, y además tener la excusa para no salir a la calle, algo que mis amigos tomarían como una traición inconmensurable.

Después todo cambió, pero no sé cómo, tampoco estoy seguro de cuándo. En el barrio algunos fueron presos, otros son rockeros (preste atención a la Bersuit o mis amigos de Rolando el manchado entre los conocidos aunque no entre los mejores), otros pintan remeras, hay un par que no saben, otros leimos y decidimos escribir, la mayoría todavía nos cruzamos cuando volvemos al barrio, diseminados por toda la ciudad autónoma, en la otra orilla. Hay pocos Peter Pan, alguna Campanita y un recuerdo, casi una sensación interna de vivir un poco en Nunca Jamás.


Y a Bernardo? Lo seguìs viendo?

Ah, no me perdono haber olvidado a Woody Allen.
De Kim Ki Duk tenés muchas, la ùltima es Time y, llamativamente, sus personajes hablan... Te recomiendo otra, mexicana: Japòn. Mirala y después me decís (o me puteás).

Atores? Marlon Brando y Baby Etchecopar.

besos y música de cinema paradiso
un adieu